Edita Olaizola carga mi bandeja de entrada del viernes con un video irrespetuoso, dinámico, alegre, como muchas de sus reflexiones de viernes. En él, un chico de la sexta, irreverente, se pregunta por qué cuesta tanto la tinta de impresora.
Supongo que la respuesta la conocen las empresas fabricantes de estos artilugios, que tienen su negocio en los cartuchos de tinta, en vez de en la fabricación de impresoras.
Pienso en un tiempo pasado en el que yo también compré una nueva, en vez de comprar los dos cartuchos para mantener la anterior en funcionamiento.
Hoy he cambiado de actitud. Mi actual impresora multifunción ya no imprime nada. Gasto muy poco papel, y menos tinta. Del poco uso que hago de mi impresora puede dar fe mi planta del dinero, que reposa tranquilamente sobre su superficie, tras un periodo en casa de Pedro, que me la ha devuelto con vida, verde, sana, fuerte.
Los fabricantes de impresoras, y el precio del cartucho de tinta tienen buena parte de la culpa. La otra parte la tiene una nueva forma de vivir que me dice que en esta vida, muchas veces, menos es más.
Cuando tengo ganas de tinta, me paso por el súper, y compro 1 kilo de chipirones (o calamares) para limpiar. Tan solo he cambiado un detalle. ¿Tintas para imprimir? No, tinta de calamar. Calamares en su tinta, tinta viene, tinta va,
Anoche Pedro y Carmen se acercan a cenar con Silvia y conmigo, qué bonito es juntarse con los amigos. Anoche no hay chipis en su tinta, ese plato barato que tanto le gusta a Pedro, ese plato que es muy fácil de preparar cuando el chipirón está limpio. En mi forma de entender la vida, es un regalo de tiempo que hago a una persona a la que aprecio. El cariño con el que limpias tiene mucho que ver con ese concepto tonto y abstracto del servicio, de darte en vez de dar.
Veo el color verde revivido de mi planta del dinero, y apunto mentalmente que tengo que volver a hacer chipirones con tinta de calamar para Pedro, negro que se funde con verde, en este ejercicio de cariño que se convierte en amistad.
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Pedro, ayer hablamos mucho de pasado, ese tiempo que ya no está. Carmen, idem de lienzo. A ver si la próxima hablamos más de presente, ese espacio tonto que construimos a golpe de ahorita mismo.
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La reflexión sobre el coste de la tinta de la impresora se puede extender a otros negocios, como el astronómico precio de las navajas de rasurar, esos extraños artefactos de usar y tirar. Tiempo al tiempo, paso a paso, vamos poco a poco desgranando estos extraños oligopolios, aprovechando que la barba está de moda, un año más.